"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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La deuda

La deuda. Jorge Muñoz Gallardo. El plazo que el demonio le concedió al doctor Fausto, se cumplía esa noche. El antiguo reloj de pared marcaba un cuarto para las doce. Fausto, elegantemente vestido, se paseaba delante de la chimenea donde ardían gruesos leños, con las manos cruzadas en la espalda. Echado sobre la alfombra, a poca distancia del fuego, un mastín negro lo contemplaba con ojos mansos. En una mesilla de madera, con delicados dibujos en relieve, había un candelabro de bronce con cuatro brazos en los que brillaban las llamas de altas velas. Afuera, soplaba fuerte el viento y la lluvia golpeaba persistente en los cristales. Fausto miró el reloj, enseguida comparó todos los años vividos, gozados, aprisionados en ardientes labios de mujer y los comparó con aquel cuarto de hora que repicaba en sus sienes como un cruel martillo. Se dijo que no tenía miedo, pero también se preguntó como sería el infierno, entonces no pudo evitar un ligero temblor. Caminó hacia la biblioteca. Por un instante se quedó mirando la estatuilla de porcelana que representaba a Leda desnuda junto a Zeus convertido en cisne, que se alzaba entre los numerosos volúmenes ordenados por temas y autores. De uno de los anaqueles extrajo un libro con las tapas forradas en cuero, eran las comedias de Aristófanes, tal vez la lectura de esas obras lograría sacarlo del oscuro pozo en que se hundía su ánimo. No pudo leer una sola línea y devolvió el libro a su lugar. Miró el reloj, faltaban diez minutos. Unas pisadas al otro lado de la puerta lo hicieron volverse bruscamente. -¿ Quién es ? -preguntó con la voz un tanto alterada. Su criado le respondió con amabilidad. La pesada puerta de madera se abrió y entró un hombre pequeño, gordo, sonriente. Llevaba una bandeja con una botella de vino, una copa de cristal y un plato con rebanadas de jamón. El perro se levantó y fue a olfatear al hombre, moviendo el rabo con alegría. Después de colocar la bandeja en una mesa cubierta con un mantel blanco, el criado hizo una reverencia y se marchó deseándole buenas noches. El vino le infundió tranquilidad . Comió el jamón compartiendo un par de rebanadas con el animal. Bebió hasta casi vaciar la botella, luego se acomodó en un sillón y se quedó pensando. Si pudiera rectificar… Regresar a la niñez… Empezar todo de nuevo. Miró el reloj que colgaba en la pared, las agujas se acercaban a la hora fatal, sintió que las fuerzas lo abandonaban y un temor vergonzante se apoderó de su alma. Cuando las campanas del reloj comenzaron a sonar, el mastín saltó sobre él. Los agudos colmillos del perro le abrieron la garganta.

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